domingo, 14 de julio de 2013

Fragmentos de una entrevista concedida a Lluís Permanyer

Una entrevista a un dibujante


—No entiendo una palabra. No entiendo que tú trabajes en un periódico que está defendiendo una línea y que tú defiendas otra.

—Cuando a mí me llamaron de Madrid no me impusieron ninguna línea. A cambio de esa libertad, se quedaron con la opción de seleccionarme, si hacía falta, algunos chistes. La verdad es que apenas si me han rechazado alguno. Yo con Madrid me llevo muy bien. Les quiero mucho. Pero el mundo del periodismo no lo conozco. Mando a mi chacha a cobrar. Lo que pasa es que tú has venido a ver a un Chumy político...
—Bien, muy bien. ¿Qué pasa con los humoristas españoles: que sois pocos y mal avenidos?

—No, ¿por qué...? Mal no nos llevamos.Yo he procurado ayudar a la gente. A Forges le ayudé a salir yo. Ahora se están haciendo cosas buenas y ya empiezan a hablar de un grandioso momento del humor español. No es para tanto. Si ves revistas extranjeras, son una maravilla. Pero aquí, como ahora cada periódico tiene su chistecito, somos tan pobres que nos creemos que estamos en una edad de oro del humor. Pero en Estados Unidos tienen quince revistas de humor.






Y editan libros. ¿Y aquí, quién edita humor? Sólo Mingóte, que se edita sus propias obras. Pues porque la gente desconoce todo eso. Porque el humor lo hacen unos profesionales sólo si pueden sobrevivir con él.Y yo soy el más viejo, después de Mingóte, llevo veintidós años dibujando. Antes, claro, era imposible vivir. La Codorniz pagaba muy mal. Ahora, todavía paga menos que los periódicos. Yo recuerdo cobrar treinta pesetas en La Codorniz por chiste. Y cien pesetas, no hace mucho tiempo. Entonces los dibujantes hacían publicidad o ilustraciones para poder vivir.Y sale gente nueva, chavales estupendos. Pero si ven que sólo van a sacar 3.000 pesetas al mes haciendo humor, se dedica a otra cosa...
—¿Qué os pasa a los humoristas españoles?

 ¿En el fondo no estáis resentidos...?
—¿Resentidos...? No sé. Más que nada hablaría de frustración. Ahora se están sacando a flote, con aspectos folclóricos, los años cuarenta. Pero aquello fue muy duro, vivimos a oscuras, económica y policialmente. Pasamos una adolescencia del miedo. Cuando ahora te dicen que los años cuarenta eran los de Machín, me pongo de mala leche. Era algo más que Machín. Era el miedo de las familias, de los hombres, la incapacidad de leer...

—¿Tú has pasado hambre?

—Sí, claro. Como todo el mundo. Es malo comer mucho. Ahora vamos a comer muy bien en Fuengirola, donde el cocinero dice que hace unas judías con chorizo que son una pequeña obra maestra de la literatura...
—¿Y luego por qué cargas los chistes con tantas tintas negras? ¿Es que el país es así?
—Lo que pasa es que yo los chistes los hago con desgana. Hago chistes como quien tiene un niño subnormal. Es la frustración del pintor. Pero, como he venido de la pintura, juego con las manchas. También hay una cosa de pereza. Me costaría trabajo hacer fondos, matizar como el señor Goya.

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